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Clara, la hermana de la novia –cuya boda publiqué en 2014– me escribió porque estaba segura de que la boda de Cristina me iba a encantar. Nada más ver las fotos, lo tuve claro. Cristina es paisajista y trabaja con el marido de Clara, Fernando Martos, además de dedicarse a diseñar arreglos florales como los de su boda.

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Ana Reyna maquilló a la novia, «es amiga de mi cuñada Isabel Muñoz-Rojas, una maravillosa maquilladora que consiguió que me viese muy natural». Fue Ana quien le recomendó una peluquera con la que ha trabajado en varias ocasiones que se llama Natalia Méndez y «fue todo un acierto», recuerda la novia que llevaba un conjunto de bata y camisón de La Costa del Algodón.

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El vestido de novia fue un diseño de Miriam Gálvez. «Fue un regalo de mi suegro y no me pudo gustar más».

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La tela de encaje de la parte de arriba era el borde de un mantel antiguo de un altar que tenía la madre de Cristina guardado. Y la falda y la cola estaban elaboradas con una seda muy etérea haciendo una trama de cuadros. «Al principio no tenía mis ideas muy claras, pero en cuanto le expliqué a Miriam lo que tenía en mente y le enseñé las telas supo interpretar lo que quería. Cada prueba que hacíamos más me gustaba», cuenta la novia. Como velo, decidieron utilizar una mantilla de la bisabuela de Cristina. Miriam la montó de forma que se sujetara de cada extremo de la tiara.

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Cristina llevó la misma tiara que su hermana Clara en su boda, una joya de Chaumet que pertenece a su familia. También llevó unos pendientes de Cartier, regalo de su bisabuela a la madre de la novia, y el anillo de pedida de brillantes que perteneció a la abuela materna del novio.

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Los zapatos eran de Flordeasoka. «Como no suelo ponerme tacones, quería unos que tuviesen un tacón cómodo, con una forma clásica y discretos. Lo bueno de esta marca es que los puedes personalizar y fue fácil encontrar unos que encajasen con lo que buscaba», cuenta Cristina.

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Cristina y Miguel se casaron en la Iglesia de San Nicolás de Plasencia. «La escogimos por cercanía, ya que está justo enfrente de casa y porque es muy bonita, sobria e íntima». Contaron con el coro de la Catedral de Plasencia, Ars Nova.

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«Quería que la decoración fuese sencilla como el lugar y me centré en la zona del altar. Pusimos dos alfombras antiguas orientales de mis padres delante de los reclinatorios y recreamos un frente muy etéreo a lo largo de todo el altar con cardos altos, flores y plantas de diferentes tamaños y texturas para recrear un jardín asilvestrado. A cada lado pusimos dos copas grandes con ramaje variado para enmarcar y dar altura», cuenta Cristina.

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El ramo lo diseñó Cristina junto con Isaac, el dueño de la floristería Verde Oliva de Plasencia, que es quien le ha ayudado con toda la decoración. «Como me gustaba que todo tuviera un nexo de unión, las flores del ramo eran las mismas que las de algunos de los centros de las mesas».

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La celebración fue en el Palacio de Mirabel, que es de la familia de la novia. «Escogimos este sitio, porque la casa es muy impresionante y nos parecía muy cómodo, tanto la iglesia como los hoteles estaban muy cerca por lo que los invitados podían moverse andando», afirma Cristina. Los meseros los diseñó Mar Lorenzo Sales, una de las mejores amigas de la novia.

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El catering fue Sixsens, de Cari Goyanes. «Quisimos hacer un buen aperitivo, con una gran mesa de quesos y unos cortadores de jamón D.O. de bellota criado en nuestra dehesa extremeña que tuvieron enorme éxito; un solo plato principal y postre sentado para evitar cenas eternas».

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«Como ya he comentado antes, me he encargado de toda la organización y decoración de la boda que ha sido todo un proceso. A la hora de diseñar me gusta que todo tenga una razón de ser y me importa mucho que la decoración esté en consonancia con el lugar elegido», cuenta Cristina. En este caso era en el Palacio de Mirabel del siglo XV y «quería que, aunque tuviese toques más actuales, se integrara en el entorno».

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«Siempre me han encantado los bodegones y me parecía la ocasión perfecta para hacer una decoración siguiendo esa idea. La mayoría de las mesas eran muy largas y de diferentes tamaños. En ellas intercalaba bodegones, unos sobre copas de hierro, otros más alargados sobre tejas antiguas y fanales, todos ellos rodeados de muchas velas que creaban un ambiente muy acogedor. Para aportar altura intercalé puntualmente alguna mesa redonda con un centro alto siguiendo el mismo concepto», recuerda la novia.

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La pista de baile originalmente iba a ser al aire libre en el patio de la casa, pero como llovió, habilitaron uno de los cuartos que da al jardín. «Es un cuarto algo descuidado y despintado, pero fue perfecto para hacer un ambiente divertido para el baile. Dejamos algunas puertas antiguas como decoración; llenamos las paredes de flores secas; velas y guirnaldas de luz y quedó fenomenal».

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Manolo Valdés, de La Fiebre, pinchó toda la noche.

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Las fotos y el vídeo son de JFK, «los elegimos porque ya hemos trabajado con ellos en varias ocasiones. Son súper profesionales, vinieron un día antes a la casa a la hora en que iba a ser la celebración para estudiar todos los rincones, ver la luz…»